
Redacción
Ciudad de México.- ¿Quién no se sintió perdido, en una mezcla de vértigo y expectativa al terminar la preparatoria? El tránsito de la adolescencia a la adultez, a menudo se vive como un salto incierto con la mirada puesta en una lista de opciones “seguras”, presiones externas y las exigencias de las personas alrededor, a la espera de que el recién graduado tome una decisión sobre su futuro y sobre toda su vida sin tener a la mano la información suficiente sobre lo que espera. Tradicionalmente, eso que llamamos “vocación” estaba más bien encaminado hacia lo que “parecía seguro”.
Por fortuna, algo está cambiando. Las nuevas generaciones ya no eligen así, y esto refleja también un cambio en la mirada de algunas instituciones educativas, que se proponen cada vez más dejar de ser un espacio para vaciar información a veces sin una conexión real con el entorno y con las necesidades de cada época. Las instituciones comprometidas, optan cada vez más por formar no sólo profesionistas, sino personas conscientes de su realidad y de sí mismas, de modo que la educación institucional también es un espacio para construir la vocación de sus estudiantes.
En la actualidad, las decisiones para el futuro no se toman improvisando, sino imaginando y experimentando, gracias a los nuevos procesos vocacionales que ponen al estudiante como centro de su propia historia. Nuevos modelos educativos surgen y se expanden para propiciar el autoconocimiento y la autocrítica con miras a reconocer las necesidades y talentos que llevarán a los jóvenes a tomar sus fortalezas para construir con propósito su vida.
El impacto de contar con un plan vocacional en preparatoria se observa en la elección de una carrera profesional, pero también en el desarrollo de herramientas en los jóvenes para hacer frente al mundo real, con sus adversidades y sus fortalezas. Quienes, en su adolescencia, en su educación media superior han contado con espacios para explorar sus talentos y mapear sus fortalezas, egresan con una brújula interna, no sólo con un certificado, y reconocen su propósito de vida, no como una meta a la cual llegar, sino como un camino en constante construcción.
Estudios demuestran que las nuevas juventudes no estudian “para pasar”: estudian para comprender, proyectarse y dialogar. Al tiempo que los docentes ya no priorizan únicamente los contenidos de la materia que les atañe, van más allá y participan en la formación profesional y humana de los estudiantes desde nuevas perspectivas y fortaleciendo nuevos paradigmas para comprender el impacto de una educación más integral, tanto en la vida de cada estudiante al que forman, como en su derredor, en las relaciones que establecen con las personas en cada espacio de convivencia y con el mundo en general.
Esta perspectiva formativa va más allá de la preparación de profesionistas porque propone la formación de profesionistas felices y satisfechos con su labor, con el impacto de su trabajo en la construcción de nuevas sociedades. Un enfoque educativo así, plantea una diferencia sustancial entre los jóvenes que egresan del bachillerato con un plan vocacional bien definido y aquellos que lo hacen guiados por la incertidumbre.
Abismael Reséndiz, director nacional de Preparatoria Tecmilenio, afirma que “la vocación ya no puede definirse sólo como una profesión, sino que es el reflejo de cómo el estudiante quiere vivir su vida”.
Tecmilenio trabaja con esta visión, donde los líderes de generación dejan de ser transmisores de contenidos y se convierten en figuras de referencia emocional e intelectual para los estudiantes. No pretenden trazar el camino, no dan respuestas ni imponen ideas: generan preguntas provocadoras y favorecen experiencias significativas en los estudiantes. Entienden que el trazado de objetivos es una mezcla de herramientas e inteligencias diversas.
Para lograr procesos así, apreciativos y significativos, se requiere voluntad institucional para construir entornos que prioricen el desarrollo integral, que reconozcan la adolescencia como una etapa creativa, valiente y llena de posibilidades. Que escuchen activamente a quienes son el centro de la institución.
“El acompañamiento apreciativo permite que los estudiantes descubran su vocación desde sí mismos, no desde una lista de opciones. Y cuando eso ocurre, toman decisiones desde la confianza, no desde el miedo”, agrega Reséndiz.
Instituciones como Tecmilenio, que han apostado por este tipo de acompañamiento ya están viendo resultados: los jóvenes egresan más conscientes de sí mismos, más conectados con sus valores y más preparados para los retos de su profesión y de su vida.
El acompañamiento vocacional comprende que la preparatoria ya no es sólo transición; es territorio de descubrimiento; que el mundo es un escenario por explorar y los jóvenes son sus protagonistas.